El esputo y la pelota

(Periodista deportivo en el exilio y la resistencia)

En un partido de fútbol profesional o entre vecinos del barrio, maldecir tras recibir un codazo o ser víctima de un empujón, son situaciones consideradas normales adentro del cuadrilátero peloteril.

También ingresa al terreno de lo habitual sin censuras ni posiciones morales las referencias a la madre del adversario o al palo mayor de las embarcaciones españolas en tiempos de la colonia. Expresiones escatológicas, diría el Pequeño Diccionario Urgente Benicio, de edición popular.

Pero tal vez lo más llamativo de la conducta de los protagonistas del cotejo entre dos bandos rivales es el esputo.

El esputo, sea blanco, gris, amarillento o negro, dependiendo de la salud del individuo, es desagradable no por su olor sino por su condición cremoso, difícil de secarse en días sin sol.

Y es mucho más apestoso si ese esputo impacta en el rostro de uno de los jugadores, lanzado con velocidad y precisión por otro que, de esa forma, intenta romper el equilibrio mental para  aprovecharse de esa escisión anímica que, eventualmente, podría abrir el camino fácil hacia el arco.

Existen expertos en lanzar la crema a la cara del adversario sin ser descubiertos en flagrancia por el árbitro o sus asistentes.

Para mantenerse alerta, sinónimos de esputo son:  escupitajo, salivazo, escupitinajo, pollo, flema y expectoración.

 

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